En la inmensidad de las dunas, desde el
cielo lluvioso, solo un rastro minúsculo de polvo es capaz de perturbar el
cuadro que de otra manera se compondría de un solo tono. Visto desde cerca, ese
punto marrón que se mueve a gran velocidad y deja nubes pálidas tras su paso es
en realidad un vehículo rodado, adaptado para entornos como en los que se
encuentra, en donde los charcos lodosos son frecuentes y el terreno plano está
repleto de obstáculos que se esconden incluso de los conductores más atentos.
Sus ocupantes no terminaban de llenarlo con
su silencio, o con su extenso equipamiento. Enfocaban su atención en la
contundente columna metálica que, sobre una colina, definía el punto central del
estéril paisaje observable tras el robusto parabrisas. El enorme armatoste se
movía a su máxima potencia hacia el objetivo.
El viejo mal sentado en una silla inclinada
consideraba que no iban lo suficientemente rápido. Le pidió a su acompañante
acelerar, a sabiendas de que el vehículo daba todo lo que podía.
Viejo:
Acelera.
El androide era consciente de que el hombre
sabía que iban lo más rápido posible, aun así, se lo aclaró en buen tono.
Androide:
Vamos tan rápido como es posible. En breve deberíamos
estar llegando a la biblioteca.
El viejo estaba harto. El dolor que le
causaban sus implantes neuronales indicaba algún tipo de avería, su acompañante
aceptaría que no era normal que los cables como venas que cubrían su rostro y
cabeza se tornaran de esas coloraciones tan moradas. Debía visitar a un doctor
cuanto antes. Le pegó un vistazo rápido y con su sintetizador de voz femenina
intentó calmarlo.
Androide:
En la biblioteca debería haber un centro médico.
No le constaba, pero era probable. Al viejo
no le tranquilizaba eso, su desespero se incrementaba incluso a minutos de
llegar al torreón. A metros de la torre, el androide lo anunció y detuvo el
automóvil de golpe. Las interfaces de conducción se apagaron y las puertas
corredizas del auto afectado por los años dieron paso al vientecillo
espolvoreado de gotas que humectaba los suelos resécos.
El anciano se lo pensó por unos segundos.
Miró el suelo, era de un desagradable gris, ciertos pigmentos negros y blancos,
completamente desprovisto de vida. La arena recuperaba su dinamismo cuando el
agua la empapaba y deshacía una solides que se había mantenido por mucho
tiempo. Era notable porque esos eran los signos de un planeta en proceso de
terraformacion, pero tal evento había ocurrido hace milenios. HIS-02 nunca
había sido verde, pero por lo menos su aire llego a ser respirable.
Pensamientos más, pensamientos menos, el
sujeto se propuso a poner la primera bota afuera, ignorando que su túnica negra
se ensució de una mancha clara.
El androide ensombrerado ya lo esperaba
desde afuera con brazos cruzados. Su postura reflejaba paciencia, pero su
rostro era un misterio, estando remplazado por una especie de pantalla desde su
frente hasta su mentón.
Se juntaron y observaron la arquitectura de
la torre a sus espaldas. Era minimalista, tubular, de pocos rasgos. Solo con
suma atención pudieron determinar que estaba recubierta de láminas metálicas de
un color oscuro, y que no era una sola pieza. La colina a subir para llegar a
la entrada estaba escalonada rudimentariamente, el viejo se percató del hecho
con fastidio.
Androide:
Puedo cargarlo si lo desea.
El viejo miro a su asistente como quien
mira a alguien que acaba de contar un mal chiste en un momento inapropiado. Sin
embargo, el ofrecimiento no pretendía ser humorístico, el entendía eso, ahorró
saliva dándole un gesto con la palma y moviéndose hacia su objetivo. La figura
femenina mantuvo la dirección de su cabeza hacia el viejo y cuando este comenzó
a subir lo siguió.
Iban dejando sus huellas en el difícil recorrido,
el suelo era más compacto que en los alrededores, pero aun así se dejaba imprimir
por el peso de sus pasos. No eran los primeros, parecía ser que ese centro de
información en medio de la nada en realidad era un sitio concurrido. La mujer
androide estaba a punto de comentar algo relacionado, cuando tuvo que frenarse
para hacer notar algo de mayor relevancia.
Androide:
No hay señal.
El hombre se sorprendió, pero su cara solo
reflejó cansancio; eso podría representar un problema. ¿Sera que tenía que
tratar con otra avería además de la suya?
Viejo: ¿Y que podría estar causándolo? ¿No será que…?
Androide: Mi adaptador de red parece
estar bien. Considero que se trata de un problema de la zona.
Viejo: Lo que faltaba. ¿Por qué
habría un bloqueador de señal aquí? Eso significaría que hemos venido en vano.
El hombre asumió una irónica mirada de
desesperanza contra el horizonte.
Androide:
Los servicios médicos no deberían ser accesibles.
Para tratar su malestar sería necesario volver al asentamiento.
El viejo solo supo sonreírle a la idea de
permanecer más tiempo en el planeta, una mueca burlona de odio.
Viejo:
¡Pffff! Busquemos el papel cuanto antes y larguémonos
de aquí, luego podre preocuparme por mi dolor.
El viejo le dio la espalda y siguió su
camino. Sabía que era poco probable que una instalación como esa fuera
compatible con las características de su asistenta, aun así, le siguió la idea.
Viejo:
Ojalá sea compatible, de otro modo, busquemos y
hallemos el papel rápido, para largarnos rápido.
El androide asintió tácitamente. Caminaron
hasta llegar al acceso. Unas compuertas de color negro que solo de cerca serian
diferenciables, les dieron la bienvenida, y se quedaron extrañados, porque
normalmente serian autómatas o en su defecto empleados quienes los estarían
esperando tras puertas, tampoco omitieron el estado de las luces, apagadas, y
el total silencio de la recepción, un agobiante aire pesado.
Androide:
Señor, deberíamos reportar esto a la autoridad no
es…
Viejo: ¡Calla! ¡Algo se mueve dentro
del pasillo!
En ese momento un tenue fuego se encendió
en su campo de visión, la persona que lo sostenía se movió hacia ellos. El
viejo reconoció lo que llamaban “vela”. Quien fuera que portaba el utensilio
repentinamente comenzó a correr hacia ellos, lo dejaba saber por sus pazos
chapoteantes y el movimiento ondulante de la fuente de luz; a un metro o menos
del androide y el viejo, se pudo ver el rostro asustado de una mujer haciendo
sombra contra el techo de la estructura, pero de repente se apagó y una mujer, jurarían
que otra, fue lanzada desde la oscuridad, cayó a los pies del dúo de
investigadores, que cedieron ante el inesperado evento. El robot desenfundó su
arma y el anciano terminó en el piso.
Androide:
¡Identifíquese!
Le dijo en un tono hostil apuntándole, la
mujer, ya de edad y vestida con aquellos trajes de una sola prenda que usan los
trabajadores, no se terminaba de componer cuando pretendió apoyarse en sus
manos para pararse y dar la cara, su cara marciana, cubierta a medias por el
pelo esmeralda característico. Parada a duras penas en sus piernas, dio la
bienvenida al establecimiento, en una voz mareada.
Marciana: Esta es la, la biblioteca 8 del esfuerzo encioquediplo hispano
¿Necesitan algo?
Viejo: Necesito hablar con alguien
sobrio, estoy en una misión de la más alta urgencia.
Marciana: ¿Están perdidos?
Viejo: No, necesito-
Marciana: Si están perdidos les
puedo mostrar la salida.
Androide: No estamos perdidos.
Marciana: Síganme, les mostrare la
salida.
La mujer se internó en la oscuridad, el par
le persiguió intentándole aclarar su misión. El foco del rostro del androide se
mantuvo en ella hasta un punto en el que, en un simple movimiento, salió de su
haz de luz. En la oscuridad, en un pasillo tan estrecho, no supieron cómo es
que pudo haberse escapado de su atención. De las compuertas que con
electricidad estarían abiertas, solo aquella frente a la entrada podía ser
usada manualmente, detrás de esa la buscaron. Pero la linterna facial fue
incapaz de hallar rastro alguno de la mujer entre las estanterías y las
escaleras.
Androide: Deberíamos irnos de aquí. Claramente no es seguro.
El viejo meditó las palabras de su
asistenta. ¿Deberían irse? El acto de la mujer que aparece y desaparece es inquietante,
pero no debería demorarse en revisar el papel, una breve mirada bastaría.
Ante ellos se encontraba la basta
biblioteca, repleta de estanterías llenas de libros, y servidores entre las
escaleras de caracol que contienen todo tipo de información referente al
extinto idioma español y sus hablantes, salvaguardados en estructuras a prueba
del tiempo. La oscuridad total transmitía la idea de que el esfuerzo había sido
un fracaso.
Androide:
¿Dónde buscar?
Viejo: El libro no debería estar en
el primer piso, pues, aunque impreso, deberíamos ser los primeros en
consultarlo en varios siglos, si es encontrable, está en el último piso, en
donde guardan los documentos antiguos.
Con esa idea en mente, ayudados por la
linterna, escogieron la escalera izquierda, navegaron por las estanterías y
contemplaron ejemplares de leyenda para gente de su profesión. Entre Juan
Paramo de Pedro Rulfo y Xilanto Zx 3ra edición traducido al español se veía al
Zohar y a La Miel Silvestre de Borges, textos escolares de ciencias sociales
traducidos del inglés y algunos otros encuadernados que no tenían descripción.
Solo pudieron dejarlos quietos donde estaban, pues no era agradable ponerse a
leer en la oscuridad.
Ese fue el segundo piso, en el siguiente,
encontraron salas similares a las ya vistas, pero tenían otros recintos, se
podía dormir y consumir alimento en ellos. Su función más importante era darles
un espacio para leer a quienes quisieran hacerlo a la vieja usanza, en las
mesas dispuestas para la labor también había títulos interesantes, El tambor de
fuego de Ramiro Con y Oikeiosis Solactual les sonaban, pero nunca había
escuchado hablar de otros como Mtapana o El mito de la derecha.
Pasando por donde tenían que pasar para
continuar al siguiente piso, se percataron que en una de las sillas se
observaba la figura de una persona con el rostro oculto. Sin mediar palabra se
acercaron para verlo mejor, y contemplaron como era que su cara era deforme por
los implantes que tenía y que, en realidad los había estado mirando desde que llegaron
al piso y transitaban por el laberinto de mesas.
Deforme:
H-hola.
Enervados por la falta de luz dudaron si
responderle. El viejo opto por no hacerlo.
Androide: Hola.
Viejo: ¿Trabaja usted en estas
instala-
El deforme con su voz frágil no dejo hablar
al erudito, y le hizo una recomendación.
Deforme: En el siguiente piso están ellos.
Viejo: ¿Quiénes?
Deforme: Los del culto. No hay luz,
ellos fueron los que lo hicieron.
Viejo: ¿Desactivaron la energía?
¿Por qué?
Deforme: Todos los empleados se
fueron hace un buen tiempo.
Viejo: ¿Y no es usted un empleado?
Deforme: Como le digo, se fueron
hace tiempo, yo siempre he vivido aquí. No tengo a donde ir así que me he
adaptado a la oscuridad, y a hacer la fila cada vez que deciden prender la
dispensadora.
Viejo: ¿Entonces sacaron a los
empleados por la fuerza?
Deforme: Ni idea cual habrá sido el
trato que hicieron con ellos, no me animo a preguntarles. No lo haría si fuera
ustedes, ni subiría.
Viejo: ¿Son peligrosos?
Deforme: Hicieron una fogata con
ciertos papeles, el fuego quema, y no soy fan de las quemaduras.
El viejo compartió mirada con el androide,
y luego se dirigió hacia la siguiente escalera.
Viejo:
Le agradezco por la información.
Le dijo viéndole las desfiguraciones
estéticas iluminadas por la linterna del robot, antes de subir el primer
escalón. La figura ni movió un musculo.
En el próximo piso, ocupado solo por una
serie de cuartos que dejaban un vacío en el medio del salón circular, vieron a
otro sujeto, que, con su propia iluminación, parecía estar revisando algún tipo
de libro. No tenía mejillas, usaba chaqueta de látex negro, los pelos de su
cabeza se conectaban con los pelos de su barba y usaba un visor peculiar que
estaba prendido. Cuando vio que la luz se dirigía hacia él, contempló al par de
personajes también. Los dos tenían la piel del mismo tono, pero el viejo estaba
vestido de túnicas negras y era lampiño del cabello, no del bigote, y el
androide, con sombrero, rostro de pantalla, bufanda, chaqueta de cuero, jeans y
botas. El uno era una autoridad de la organización para la que trabajaba, y el
androide debía ser su asistente. Los saludó como veía que se le acercarían.
Barbado: ¿Qué podría estar haciendo otro hispano en este rincón de la
galaxia?
Viejo: ¿Trabaja usted en estas
instalaciones?
Barbado: Ya quisiera, en realidad
solo buscaba un libro, como asumo será también su caso.
Viejo: ¿Qué clase de libro? ¿De
casualidad no será uno que se encuentre en los niveles superiores?
Barbado: Uno esperaría que sí, pero
todos los textos han sido desorganizados. Lo encontré tras esta puerta.
Y les mostro, como es que, de “Nacho Lee”
solo quedaba la pasta, pues las páginas habían sido en su mayoría arrancadas.
Viejo: ¿A caso serían los del culto?
Barbado: ¿Culto? Esa es una forma de
describirlos, sí. Es culpa de ellos, están quemando papel en el siguiente piso.
Probablemente ahí haya terminado la información, que no será accesible hasta
que reestablezcan la energía.
Viejo: Yo buscaba textos que
describieran la palabra “subterfugio” y las fuentes daban constancia de que
algo así se encontraba en este recinto.
Barbado: ¿Subterfugio? No me
consta, pero si es cierto, arriba debería estar.
El viejo terco le hizo señas a su robot y
le dijo que siguieran a las escaleras, pero ella se detuvo.
Androide: No es apropiado seguir con la búsqueda en estas condiciones.
Barbado: La voz de la razón, los
sujetos están armados.
Viejo: Lo que faltaba. ¿No estará
armado usted también?
Barbado: Seria una tontería no
estarlo en este planeta.
Viejo: Acompáñenos usted al
siguiente piso.
Barbado: ¿Por qué lo haría?
El viejo lo miro con desdén.
Viejo: Porque le pido el favor.
Barbado: Denme 2000 y tenemos un
trato.
El anciano acepto la demanda con una cara
arrugada de conformidad pesimista, inclinando la cabeza. Luego continuo su
locución.
Viejo: Deberíamos poder buscar lo que necesitamos sin altercados, se trata
de una mera precaución.
El grupo subió el siguiente piso, presenció
como una gran fogata proyectaba las sombras de personas que se contorsionaban
alrededor de esta, en completo silencio. Vestían como vestía la trabajadora con
la que se habían topado en la entrada y la mayoría eran de su misma raza. Aún
más llamativos eran los cuerpos sin vida de otros vestidos como ellos, que, por
largos periodos de tiempo, se notaba, habían permanecido tirados, ejecutados
con hoyos en la frente por armas de fuego.
Viejo: ¿Qué
ha pasado aquí?
Los bailarines lo ignoraron. Una figura que
no había distinguido antes aparece a la izquierda del grupo, es una mujer, o más
bien una niña, podría ser incluso un niño, vestido con ropa mayor a la de su
talla, tocando el suelo plástico, tomando impulso. El viejo juraría que se
trataba de la misma cosa que habían visto en la entrada antes de ver a la
anciana, y el androide estuvo segura.
Antes de que puedan hablarle, la figura
comienza a correr hacia la fogata, y con el impulso que había acumulado, salta
por encima de ella.
Viejo: ¿Huh?
La niña luego comienza a caminar en medio
del aire como si se tratara de un terreno enlagunado, con el mismo tipo de
esfuerzo, y acompañada con onomatopeyas que sonaban a chapoteos. Los
observadores, no los danzarines que se mantienen en lo suyo, sino el trío de
hispanos observan aterrados el truco, que no podía ser otra cosa que algún tipo
de tecnología que nunca habían visto en sus vidas. La niña nota la reacción de
los tres y les lanza una sonrisa por encima del hombro, da una última vuelta
por encima de la fogata, y lentamente, hace la moción de querer quitarse la
ropa.
Viejo: ¿Qué
es esto?
La niña le contesta en español, usando
palabras que el viejo no sabía que existían.
El barbado, que ya tenía su arma apuntada a
la flotante, presiona el gatillo, y la munición la hiere, deja de flotar, y cae
en la fogata para comenzar a morir quemada, soltando llantos y gritos de dolor.
Androide:
Vamos a irnos ¡Ahora!
Pero el anciano ya se ha escapado, y se
encuentra al frente de una puerta de la que detrás presumiblemente se encuentran
las escaleras hasta el último piso. El androide le grita y corre tras de él. El
barbado se queda ensimismado en los movimientos de los bailarines, y detalla cómo
es que incluso cubiertos de sangre siguen siendo silenciosos a la hora de
danzar contorsionando sus cuerpos. Segundos después se dispone a seguir a sus
nuevos conocidos, y llega a ver lo que ellos están viendo, anonadados.
El androide saca su arma nuevamente, y
apuntándola, le dice:
Androide: ¡Identifíquese!
¿¡Quién es usted!?
El barbado lo ve y en la deformidad, que no
llega a compararse a los sutiles cambios del deforme con el que en anteriores
pisos se había encontrado, o a los propios, aun, puede ver a un hombre; Un
hombre en su rostro, cuello y torso, su estómago quizás estaba inflado por
malnutrido, pero eso era lo menos antinatural de su figura. Sus piernas eran
minúsculas, y no soportarían su peso si llegara a pararse del “trono” en el que
se encontraba, lo que se suponían deberían ser sus brazos, eran brazos, sí,
pero que se extendían como si fueran múltiples ramas de un mismo árbol, y entre
ellas había un cartílago, piel, como telaraña, que se descarnaba dejando
expuesto músculos y huesos. Descansaban dolorosamente en el piso, goteaban
sangre putrefacta, ambos eran simétricos hasta en sus goteras.
Con una mirada de su rostro arrugado,
dirigida al barbado, el ser, que ellos no lo sabían, de hecho, era Kiko, o más
bien su actor, Carlos Villagrán, hablo como quien le habla a un insecto.
Carlos Villagrán: Mire las puertas caballero.
Había puertas orientadas a los puntos
ordinales en la sala minimalista en la que se encontraba su trono.
Carlos Villagrán: Mire las puertas caballero. Le diré que hay detrás de ellas. Detrás
de ellas esta su felicidad absoluta. Felicidad, que claro, usted no va a
conseguir sin sacrificio. Sacrificio, como el carbón se convierte en diamante.
O sacrificio, como el carbón que es incinerado para prenderle velas a Dios.
Viejo: Busco
la definición de la palabra subterfugio. ¿Usted sabe el paradero del
diccionario que estaría aquí guardado en donde estaría contenido?
Carlos Villagrán: Ha sido quemado ese diccionario. Entenderá usted que era necesario
quemar ese diccionario para lograr lo que se ha logrado. Como es necesario
quemar lo que es especial para llegar a lograr cualquier cosa notable.
El viejo, que en su rostro se veía, el
malestar le estaba pasando factura, se sobresaltó, y gritó.
Viejo: ¿Y qué
es lo que se ha logrado aquí? ¡Toda la información de nuestros ancestros ha
sido incinerada!
Carlos Villagrán: No son inteligentes ustedes. No son lo suficientemente inteligentes
como para darse cuenta de que toda esta sala. Mi sala del trono. El trono, ha
sido creada gracias al subterfugio de las leyes naturales. Las leyes naturales
se han doblegado gracias a el poder de mi dios. Gracias al sacrificio de
incinerar vestigios sagrados.
El viejo lo observó con odio, era cierto,
no había manera que otra sala circular se extendiera en esa dirección, a menos
que hubiera subestimado de un modo ridículo la proporción real de su
arquitectura. Para rematar, usó la palabra subterfugio, en burla, sabiendo su
significado.
Carlos Villagrán: Pero no han de temer por este subterfugio. Si el significado de la
palabra subterfugio es lo que buscan… Encontraran lo que buscan tras cualquiera
de estas puertas.
Desde ahí el viejo pudo comenzar a
comprender lo que era un “subterfugio”, ¿algún tipo de cambio? Quizás
tenía alguna otra connotación que diferenciaría la palabra del simple “cambio”,
su origen etimológico también estaba en duda. ¿Tendría que entrar en la puerta?
El barbado se le adelanto, sin meditarlo
mucho, usando su arma, le propino un tiro a Carlos Villagrán. La bala se le
clavo casi entre las cejas, sin embargo, luego salió por donde entró, con una
velocidad sumamente inferior. El rostro de Carlos mortificado por el dolor del
disparo, luego se cambió mecánicamente a su rostro anterior, y la herida fue
menguando hasta convertirse en su frente normal, por el efecto de una especie
de crema que se aplicaba como por una mano invisible, y que luego cambiaba de textura,
para parecerse a la de la piel de Carlos Villagrán.
Carlos Villagrán: Mi virtud es ser inmortal. Esa es mi virtud, pero también mi maldición.
Soy mas antiguo que el tiempo gracias a esta maldición. Al ser mas antiguo que
el tiempo he visto cosas. He visto las constelaciones del dolor, en la forma de
los árboles. Mis brazos son las raíces de los árboles.
Seguramente hubiera continuado hablando si
el barbado no le hubiera propinado otro disparo, pero paso lo mismo, le llego a
disparar mas veces incluso, pero todas las ocasiones culminaron en procesos de sanación
milagrosa.
Carlos Villagrán: ¿Crees que no he intentado eso? He intentado eso y muchas otras
cosas, nunca han dado resultado. Sin embargo, me encuentro en este lugar por la
promesa de que habría un resultado. Un resultado satisfactorio, he venido a
morir.
El androide observó al anciano, este se decidió
por entrar en la puerta que le decían llevaba a la felicidad.
Carlos Villagrán: En el momento en el que el cruce el umbral, tendré mi resultado
satisfactorio.
El viejo se aproximo al mango de la puerta,
el androide lo siguió, y el barbado se limitaba a apuntar con su arma con total
impotencia.
Alcanzo a girarlo, y ver el otro lado, era
azul, era el cielo, en la mitad del paisaje, la arena, pero muy lejos, como a
pisos de distancia. Notó luego, era una puerta hacia nada, llevaba a una caída.
Repentinamente, una figura gigante, como una obra de arte.
El androide miró hacia el techo del lugar,
siguiendo el movimiento de algo que se había caído. El barbado luego se dio
cuenta.
Barbado: ¡Se
derrumba!
Carlos Villagrán: ¡Ah! ¡Al fin!
El viejo se desmayó, sus venas pulsaban, el
androide lo agarro, y lo cargó, corrió hacia la puerta por la que habían entrado.
El tipo sin cachetes ya estaba ahí, la abrió con un golpe. Corrieron por la rotonda
en donde los bailarines aún se encontraban en lo suyo, bajaron al siguiente
piso, observaban como los pedazos de plástico caían, la torre entera se
derrumbaba. El deforme también lo observaba, con total indiferencia.
El androide observaba al sujeto, se paró a
hacerlo, y advirtiendo que no se movería de ahí por voluntad propia, decidió
agarrarlo con la mano que aún conservaba libre, y bajarlo a la fuerza. El
hombre de la barba-pelo se le adelantó, y eventualmente, el uno primero que la
otra, llegaron a la entrada, y bajaron por la arena inestable, los antiguos
escalones, ahora colapsados.
Barbado: ¿Ahí
venían?
Androide: Si ¡Entra!
Entraron en el vehículo, los 4 pasajeros si
lo llegaban a llenar. El androide lo arrancó, y con una maniobra brusca
lograron alejarse del lugar, que en poco tiempo terminó hecho ruinas. El
androide siguió el protocolo apropiado, avisarle a la autoridad, sin embargo, siguió
sin conexión, a lo mejor si era algún tipo de avería.
A lo lejos, y mirando en el retrovisor, cerca del cuerpo de Carlos Villagrán, que era mas grande de lo que aparentaba, vio
lo mismo que el viejo antes de desmayarse, una obra de arte, gigante, o algo
por el estilo. Eran palillos de paleta, de un tamaño descomunal, conectados móvilmente,
haciendo la figura de lo que parecía un hombre encorvado, cuyo rostro, era un
plato, y sus completamente reales, eran inyectados de sangre, dilatados,
saltones.
Era interesante ver como es que, sus
extremidades, aun solo cuando se esperaría que se movieran en una dimensión, se
movían en una dirección que no debería ser posible para la manera en la que
estaban conectados los palos que parecían de paleta. El movimiento ocurría al
respaldo, mediante algún tipo de maquinaria indistinguible, pero incluso en
esas, era completamente antinatural.
No avanzaba lo suficientemente rápido como
para alcanzar al punto marrón, sin embargo, alcanzo a demostrar su voz con una
frase memorable.
Dios-maquina: ¡Soy el Dios-Maquina!
El deforme y el barbado miraron el ser,
mientras el androide conducía hacia el horizonte.
Androide: ¿Tu
como llegaste hasta la torre?
Barbado: Llegue caminando.
El androide miró hacia atrás, observo los huecos
en la boca del barbado, donde debería haber carne, no fue evidente por la falta
de ojos. Siguió conduciendo.