En la inmensidad de las dunas, desde el cielo lluvioso, solo un rastro minúsculo de polvo es capaz de perturbar el cuadro que de otra manera se compondría de un solo tono. Visto desde cerca, ese punto marrón que se mueve a gran velocidad y deja nubes pálidas tras su paso es en realidad un vehículo rodado, adaptado para entornos como en los que se encuentra, en donde los charcos lodosos son frecuentes y el terreno plano está repleto de obstáculos que se esconden incluso de los conductores más atentos.
Sus ocupantes no terminaban de llenarlo con su silencio, o con su extenso equipamiento. Enfocaban su atención en la contundente columna metálica que, sobre una colina, definía el punto central del estéril paisaje observable tras el robusto parabrisas. El enorme armatoste se movía a su máxima potencia hacia el objetivo.
El viejo mal sentado en una silla inclinada consideraba que no iban lo suficientemente rápido. Le pidió a su acompañante acelerar, a sabiendas de que el vehículo daba todo lo que podía.
Viejo: Acelera.
El androide era consciente de que el hombre sabía que iban lo más rápido posible, aun así, se lo aclaró en buen tono.
Androide: Vamos tan rápido como es posible. En breve deberíamos estar llegando a la biblioteca.
El viejo estaba harto. El dolor que le causaban sus implantes neuronales indicaba algún tipo de avería, su acompañante aceptaría que no era normal que los cables como venas que cubrían su rostro y cabeza se tornaran de esas coloraciones tan moradas. Debía visitar a un doctor cuanto antes. Le pegó un vistazo rápido y con su sintetizador de voz femenina intentó calmarlo.
Androide: En la biblioteca debería haber un centro médico.
No le constaba, pero era probable. Al viejo no le tranquilizaba eso, su desespero se incrementaba incluso a minutos de llegar al torreón. A metros de la torre, el androide lo anunció y detuvo el automóvil de golpe. Las interfaces de conducción se apagaron y las puertas corredizas del auto afectado por los años dieron paso al vientecillo espolvoreado de gotas que humectaba los suelos resécos.
El anciano se lo pensó por unos segundos. Miró el suelo, era de un desagradable gris, ciertos pigmentos negros y blancos, completamente desprovisto de vida. La arena recuperaba su dinamismo cuando el agua la empapaba y deshacía una solides que se había mantenido por mucho tiempo. Era notable porque esos eran los signos de un planeta en proceso de terraformacion, pero tal evento había ocurrido hace milenios. HIS-02 nunca había sido verde, pero por lo menos su aire llego a ser respirable.
Pensamientos más, pensamientos menos, el sujeto se propuso a poner la primera bota afuera, ignorando que su túnica negra se ensució de una mancha clara.
El androide ensombrerado ya lo esperaba desde afuera con brazos cruzados. Su postura reflejaba paciencia, pero su rostro era un misterio, estando remplazado por una especie de pantalla desde su frente hasta su mentón.
Se juntaron y observaron la arquitectura de la torre a sus espaldas. Era minimalista, tubular, de pocos rasgos. Solo con suma atención pudieron determinar que estaba recubierta de láminas metálicas de un color oscuro, y que no era una sola pieza. La colina a subir para llegar a la entrada estaba escalonada rudimentariamente, el viejo se percató del hecho con fastidio.
Androide: Puedo cargarlo si lo desea.
El viejo miro a su asistente como quien mira a alguien que acaba de contar un mal chiste en un momento inapropiado. Sin embargo, el ofrecimiento no pretendía ser humorístico, el entendía eso, ahorró saliva dándole un gesto con la palma y moviéndose hacia su objetivo. La figura femenina mantuvo la dirección de su cabeza hacia el viejo y cuando este comenzó a subir lo siguió.
Iban dejando sus huellas en el difícil recorrido, el suelo era más compacto que en los alrededores, pero aun así se dejaba imprimir por el peso de sus pasos. No eran los primeros, parecía ser que ese centro de información en medio de la nada en realidad era un sitio concurrido. La mujer androide estaba a punto de comentar algo relacionado, cuando tuvo que frenarse para hacer notar algo de mayor relevancia.
Androide: No hay señal.
El hombre se sorprendió, pero su cara solo reflejó cansancio; eso podría representar un problema. ¿Sera que tenía que tratar con otra avería además de la suya?
Viejo: ¿Y que podría estar causándolo? ¿No será que…?
Androide: Mi adaptador de red parece
estar bien. Considero que se trata de un problema de la zona.
Viejo: Lo que faltaba. ¿Por qué
habría un bloqueador de señal aquí? Eso significaría que hemos venido en vano.
El hombre asumió una irónica mirada de desesperanza contra el horizonte.
Androide: Los servicios médicos no deberían ser accesibles. Para tratar su malestar sería necesario volver al asentamiento.
El viejo solo supo sonreírle a la idea de permanecer más tiempo en el planeta, una mueca burlona de odio.
Viejo: ¡Pffff! Busquemos el papel cuanto antes y larguémonos de aquí, luego podre preocuparme por mi dolor.
El viejo le dio la espalda y siguió su camino. Sabía que era poco probable que una instalación como esa fuera compatible con las características de su asistenta, aun así, le siguió la idea.
Viejo: Ojalá sea compatible, de otro modo, busquemos y hallemos el papel rápido, para largarnos rápido.
El androide asintió tácitamente. Caminaron hasta llegar al acceso. Unas compuertas de color negro que solo de cerca serian diferenciables, les dieron la bienvenida, y se quedaron extrañados, porque normalmente serian autómatas o en su defecto empleados quienes los estarían esperando tras puertas, tampoco omitieron el estado de las luces, apagadas, y el total silencio de la recepción, un agobiante aire pesado.
Androide:
Señor, deberíamos reportar esto a la autoridad no
es…
Viejo: ¡Calla! ¡Algo se mueve dentro
del pasillo!
En ese momento un tenue fuego se encendió en su campo de visión, la persona que lo sostenía se movió hacia ellos. El viejo reconoció lo que llamaban “vela”. Quien fuera que portaba el utensilio repentinamente comenzó a correr hacia ellos, lo dejaba saber por sus pazos chapoteantes y el movimiento ondulante de la fuente de luz; a un metro o menos del androide y el viejo, se pudo ver el rostro asustado de una mujer haciendo sombra contra el techo de la estructura, pero de repente se apagó y una mujer, jurarían que otra, fue lanzada desde la oscuridad, cayó a los pies del dúo de investigadores, que cedieron ante el inesperado evento. El robot desenfundó su arma y el anciano terminó en el piso.
Androide: ¡Identifíquese!
Le dijo en un tono hostil apuntándole, la mujer, ya de edad y vestida con aquellos trajes de una sola prenda que usan los trabajadores, no se terminaba de componer cuando pretendió apoyarse en sus manos para pararse y dar la cara, su cara marciana, cubierta a medias por el pelo esmeralda característico. Parada a duras penas en sus piernas, dio la bienvenida al establecimiento, en una voz mareada.
Marciana: Esta es la, la biblioteca 8 del esfuerzo encioquediplo hispano
¿Necesitan algo?
Viejo: Necesito hablar con alguien
sobrio, estoy en una misión de la más alta urgencia.
Marciana: ¿Están perdidos?
Viejo: No, necesito-
Marciana: Si están perdidos les
puedo mostrar la salida.
Androide: No estamos perdidos.
Marciana: Síganme, les mostrare la
salida.
La mujer se internó en la oscuridad, el par le persiguió intentándole aclarar su misión. El foco del rostro del androide se mantuvo en ella hasta un punto en el que, en un simple movimiento, salió de su haz de luz. En la oscuridad, en un pasillo tan estrecho, no supieron cómo es que pudo haberse escapado de su atención. De las compuertas que con electricidad estarían abiertas, solo aquella frente a la entrada podía ser usada manualmente, detrás de esa la buscaron. Pero la linterna facial fue incapaz de hallar rastro alguno de la mujer entre las estanterías y las escaleras.
Androide: Deberíamos irnos de aquí. Claramente no es seguro.
El viejo meditó las palabras de su asistenta. ¿Deberían irse? El acto de la mujer que aparece y desaparece es inquietante, pero no debería demorarse en revisar el papel, una breve mirada bastaría.
Ante ellos se encontraba la basta biblioteca, repleta de estanterías llenas de libros, y servidores entre las escaleras de caracol que contienen todo tipo de información referente al extinto idioma español y sus hablantes, salvaguardados en estructuras a prueba del tiempo. La oscuridad total transmitía la idea de que el esfuerzo había sido un fracaso.
Androide:
¿Dónde buscar?
Viejo: El libro no debería estar en
el primer piso, pues, aunque impreso, deberíamos ser los primeros en
consultarlo en varios siglos, si es encontrable, está en el último piso, en
donde guardan los documentos antiguos.
Con esa idea en mente, ayudados por la linterna, escogieron la escalera izquierda, navegaron por las estanterías y contemplaron ejemplares de leyenda para gente de su profesión. Entre Juan Paramo de Pedro Rulfo y Xilanto Zx 3ra edición traducido al español se veía al Zohar y a La Miel Silvestre de Borges, textos escolares de ciencias sociales traducidos del inglés y algunos otros encuadernados que no tenían descripción. Solo pudieron dejarlos quietos donde estaban, pues no era agradable ponerse a leer en la oscuridad.
Ese fue el segundo piso, en el siguiente, encontraron salas similares a las ya vistas, pero tenían otros recintos, se podía dormir y consumir alimento en ellos. Su función más importante era darles un espacio para leer a quienes quisieran hacerlo a la vieja usanza, en las mesas dispuestas para la labor también había títulos interesantes, El tambor de fuego de Ramiro Con y Oikeiosis Solactual les sonaban, pero nunca había escuchado hablar de otros como Mtapana o El mito de la derecha.
Pasando por donde tenían que pasar para continuar al siguiente piso, se percataron que en una de las sillas se observaba la figura de una persona con el rostro oculto. Sin mediar palabra se acercaron para verlo mejor, y contemplaron como era que su cara era deforme por los implantes que tenía y que, en realidad los había estado mirando desde que llegaron al piso y transitaban por el laberinto de mesas.
Deforme: H-hola.
Enervados por la falta de luz dudaron si responderle. El viejo opto por no hacerlo.
Androide: Hola.
Viejo: ¿Trabaja usted en estas
instala-
El deforme con su voz frágil no dejo hablar al erudito, y le hizo una recomendación.
Deforme: En el siguiente piso están ellos.
Viejo: ¿Quiénes?
Deforme: Los del culto. No hay luz,
ellos fueron los que lo hicieron.
Viejo: ¿Desactivaron la energía?
¿Por qué?
Deforme: Todos los empleados se
fueron hace un buen tiempo.
Viejo: ¿Y no es usted un empleado?
Deforme: Como le digo, se fueron
hace tiempo, yo siempre he vivido aquí. No tengo a donde ir así que me he
adaptado a la oscuridad, y a hacer la fila cada vez que deciden prender la
dispensadora.
Viejo: ¿Entonces sacaron a los
empleados por la fuerza?
Deforme: Ni idea cual habrá sido el
trato que hicieron con ellos, no me animo a preguntarles. No lo haría si fuera
ustedes, ni subiría.
Viejo: ¿Son peligrosos?
Deforme: Hicieron una fogata con
ciertos papeles, el fuego quema, y no soy fan de las quemaduras.
El viejo compartió mirada con el androide, y luego se dirigió hacia la siguiente escalera.
Viejo: Le agradezco por la información.
Le dijo viéndole las desfiguraciones estéticas iluminadas por la linterna del robot, antes de subir el primer escalón. La figura ni movió un musculo.
En el próximo piso, ocupado solo por una serie de cuartos que dejaban un vacío en el medio del salón circular, vieron a otro sujeto, que, con su propia iluminación, parecía estar revisando algún tipo de libro. No tenía mejillas, usaba chaqueta de látex negro, los pelos de su cabeza se conectaban con los pelos de su barba y usaba un visor peculiar que estaba prendido. Cuando vio que la luz se dirigía hacia él, contempló al par de personajes también. Los dos tenían la piel del mismo tono, pero el viejo estaba vestido de túnicas negras y era lampiño del cabello, no del bigote, y el androide, con sombrero, rostro de pantalla, bufanda, chaqueta de cuero, jeans y botas. El uno era una autoridad de la organización para la que trabajaba, y el androide debía ser su asistente. Los saludó como veía que se le acercarían.
Barbado: ¿Qué podría estar haciendo otro hispano en este rincón de la
galaxia?
Viejo: ¿Trabaja usted en estas
instalaciones?
Barbado: Ya quisiera, en realidad
solo buscaba un libro, como asumo será también su caso.
Viejo: ¿Qué clase de libro? ¿De
casualidad no será uno que se encuentre en los niveles superiores?
Barbado: Uno esperaría que sí, pero
todos los textos han sido desorganizados. Lo encontré tras esta puerta.
Y les mostro, como es que, de “Nacho Lee” solo quedaba la pasta, pues las páginas habían sido en su mayoría arrancadas.
Viejo: ¿A caso serían los del culto?
Barbado: ¿Culto? Esa es una forma de
describirlos, sí. Es culpa de ellos, están quemando papel en el siguiente piso.
Probablemente ahí haya terminado la información, que no será accesible hasta
que reestablezcan la energía.
Viejo: Yo buscaba textos que
describieran la palabra “subterfugio” y las fuentes daban constancia de que
algo así se encontraba en este recinto.
Barbado: ¿Subterfugio? No me
consta, pero si es cierto, arriba debería estar.
El viejo terco le hizo señas a su robot y le dijo que siguieran a las escaleras, pero ella se detuvo.
Androide: No es apropiado seguir con la búsqueda en estas condiciones.
Barbado: La voz de la razón, los
sujetos están armados.
Viejo: Lo que faltaba. ¿No estará
armado usted también?
Barbado: Seria una tontería no
estarlo en este planeta.
Viejo: Acompáñenos usted al
siguiente piso.
Barbado: ¿Por qué lo haría?
El viejo lo miro con desdén.
Viejo: Porque le pido el favor.
Barbado: Denme 2000 y tenemos un
trato.
El anciano acepto la demanda con una cara arrugada de conformidad pesimista, inclinando la cabeza. Luego continuo su locución.
Viejo: Deberíamos poder buscar lo que necesitamos sin altercados, se trata de una mera precaución.
El grupo subió el siguiente piso, presenció como una gran fogata proyectaba las sombras de personas que se contorsionaban alrededor de esta, en completo silencio. Vestían como vestía la trabajadora con la que se habían topado en la entrada y la mayoría eran de su misma raza. Aún más llamativos eran los cuerpos sin vida de otros vestidos como ellos, que, por largos periodos de tiempo, se notaba, habían permanecido tirados, ejecutados con hoyos en la frente por armas de fuego.
Viejo: ¿Qué ha pasado aquí?
Los bailarines lo ignoraron. Una figura que no había distinguido antes aparece a la izquierda del grupo, es una mujer, o más bien una niña, podría ser incluso un niño, vestido con ropa mayor a la de su talla, tocando el suelo plástico, tomando impulso. El viejo juraría que se trataba de la misma cosa que habían visto en la entrada antes de ver a la anciana, y el androide estuvo segura.
Antes de que puedan hablarle, la figura comienza a correr hacia la fogata, y con el impulso que había acumulado, salta por encima de ella.
Viejo: ¿Huh?
La niña luego comienza a caminar en medio del aire como si se tratara de un terreno enlagunado, con el mismo tipo de esfuerzo, y acompañada con onomatopeyas que sonaban a chapoteos. Los observadores, no los danzarines que se mantienen en lo suyo, sino el trío de hispanos observan aterrados el truco, que no podía ser otra cosa que algún tipo de tecnología que nunca habían visto en sus vidas. La niña nota la reacción de los tres y les lanza una sonrisa por encima del hombro, da una última vuelta por encima de la fogata, y lentamente, hace la moción de querer quitarse la ropa.
Viejo: ¿Qué es esto?
La niña le contesta en español, usando palabras que el viejo no sabía que existían.
El barbado, que ya tenía su arma apuntada a la flotante, presiona el gatillo, y la munición la hiere, deja de flotar, y cae en la fogata para comenzar a morir quemada, soltando llantos y gritos de dolor.
Androide: Vamos a irnos ¡Ahora!
Pero el anciano ya se ha escapado, y se encuentra al frente de una puerta de la que detrás presumiblemente se encuentran las escaleras hasta el último piso. El androide le grita y corre tras de él. El barbado se queda ensimismado en los movimientos de los bailarines, y detalla cómo es que incluso cubiertos de sangre siguen siendo silenciosos a la hora de danzar contorsionando sus cuerpos. Segundos después se dispone a seguir a sus nuevos conocidos, y llega a ver lo que ellos están viendo, anonadados.
El androide saca su arma nuevamente, y apuntándola, le dice:
Androide: ¡Identifíquese! ¿¡Quién es usted!?
El barbado lo ve y en la deformidad, que no llega a compararse a los sutiles cambios del deforme con el que en anteriores pisos se había encontrado, o a los propios, aun, puede ver a un hombre; Un hombre en su rostro, cuello y torso, su estómago quizás estaba inflado por malnutrido, pero eso era lo menos antinatural de su figura. Sus piernas eran minúsculas, y no soportarían su peso si llegara a pararse del “trono” en el que se encontraba, lo que se suponían deberían ser sus brazos, eran brazos, sí, pero que se extendían como si fueran múltiples ramas de un mismo árbol, y entre ellas había un cartílago, piel, como telaraña, que se descarnaba dejando expuesto músculos y huesos. Descansaban dolorosamente en el piso, goteaban sangre putrefacta, ambos eran simétricos hasta en sus goteras.
Con una mirada de su rostro arrugado, dirigida al barbado, el ser, que ellos no lo sabían, de hecho, era Kiko, o más bien su actor, Carlos Villagrán, hablo como quien le habla a un insecto.
Carlos Villagrán: Mire las puertas caballero.
Había puertas orientadas a los puntos ordinales en la sala minimalista en la que se encontraba su trono.
Carlos Villagrán: Mire las puertas caballero. Le diré que hay detrás de ellas. Detrás de ellas esta su felicidad absoluta. Felicidad, que claro, usted no va a conseguir sin sacrificio. Sacrificio, como el carbón se convierte en diamante. O sacrificio, como el carbón que es incinerado para prenderle velas a Dios.
Viejo: Busco la definición de la palabra subterfugio. ¿Usted sabe el paradero del diccionario que estaría aquí guardado en donde estaría contenido?
Carlos Villagrán: Ha sido quemado ese diccionario. Entenderá usted que era necesario quemar ese diccionario para lograr lo que se ha logrado. Como es necesario quemar lo que es especial para llegar a lograr cualquier cosa notable.
El viejo, que en su rostro se veía, el malestar le estaba pasando factura, se sobresaltó, y gritó.
Viejo: ¿Y qué es lo que se ha logrado aquí? ¡Toda la información de nuestros ancestros ha sido incinerada!
Carlos Villagrán: No son inteligentes ustedes. No son lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de que toda esta sala. Mi sala del trono. El trono, ha sido creada gracias al subterfugio de las leyes naturales. Las leyes naturales se han doblegado gracias a el poder de mi dios. Gracias al sacrificio de incinerar vestigios sagrados.
El viejo lo observó con odio, era cierto, no había manera que otra sala circular se extendiera en esa dirección, a menos que hubiera subestimado de un modo ridículo la proporción real de su arquitectura. Para rematar, usó la palabra subterfugio, en burla, sabiendo su significado.
Carlos Villagrán: Pero no han de temer por este subterfugio. Si el significado de la palabra subterfugio es lo que buscan… Encontraran lo que buscan tras cualquiera de estas puertas.
Desde ahí el viejo pudo comenzar a comprender lo que era un “subterfugio”, ¿algún tipo de cambio? Quizás tenía alguna otra connotación que diferenciaría la palabra del simple “cambio”, su origen etimológico también estaba en duda. ¿Tendría que entrar en la puerta?
El barbado se le adelanto, sin meditarlo mucho, usando su arma, le propino un tiro a Carlos Villagrán. La bala se le clavo casi entre las cejas, sin embargo, luego salió por donde entró, con una velocidad sumamente inferior. El rostro de Carlos mortificado por el dolor del disparo, luego se cambió mecánicamente a su rostro anterior, y la herida fue menguando hasta convertirse en su frente normal, por el efecto de una especie de crema que se aplicaba como por una mano invisible, y que luego cambiaba de textura, para parecerse a la de la piel de Carlos Villagrán.
Carlos Villagrán: Mi virtud es ser inmortal. Esa es mi virtud, pero también mi maldición. Soy mas antiguo que el tiempo gracias a esta maldición. Al ser mas antiguo que el tiempo he visto cosas. He visto las constelaciones del dolor, en la forma de los árboles. Mis brazos son las raíces de los árboles.
Seguramente hubiera continuado hablando si el barbado no le hubiera propinado otro disparo, pero paso lo mismo, le llego a disparar mas veces incluso, pero todas las ocasiones culminaron en procesos de sanación milagrosa.
Carlos Villagrán: ¿Crees que no he intentado eso? He intentado eso y muchas otras cosas, nunca han dado resultado. Sin embargo, me encuentro en este lugar por la promesa de que habría un resultado. Un resultado satisfactorio, he venido a morir.
El androide observó al anciano, este se decidió por entrar en la puerta que le decían llevaba a la felicidad.
Carlos Villagrán: En el momento en el que el cruce el umbral, tendré mi resultado satisfactorio.
El viejo se aproximo al mango de la puerta, el androide lo siguió, y el barbado se limitaba a apuntar con su arma con total impotencia.
Alcanzo a girarlo, y ver el otro lado, era azul, era el cielo, en la mitad del paisaje, la arena, pero muy lejos, como a pisos de distancia. Notó luego, era una puerta hacia nada, llevaba a una caída. Repentinamente, una figura gigante, como una obra de arte.
El androide miró hacia el techo del lugar, siguiendo el movimiento de algo que se había caído. El barbado luego se dio cuenta.
Barbado: ¡Se
derrumba!
Carlos Villagrán: ¡Ah! ¡Al fin!
El viejo se desmayó, sus venas pulsaban, el androide lo agarro, y lo cargó, corrió hacia la puerta por la que habían entrado. El tipo sin cachetes ya estaba ahí, la abrió con un golpe. Corrieron por la rotonda en donde los bailarines aún se encontraban en lo suyo, bajaron al siguiente piso, observaban como los pedazos de plástico caían, la torre entera se derrumbaba. El deforme también lo observaba, con total indiferencia.
El androide observaba al sujeto, se paró a hacerlo, y advirtiendo que no se movería de ahí por voluntad propia, decidió agarrarlo con la mano que aún conservaba libre, y bajarlo a la fuerza. El hombre de la barba-pelo se le adelantó, y eventualmente, el uno primero que la otra, llegaron a la entrada, y bajaron por la arena inestable, los antiguos escalones, ahora colapsados.
Barbado: ¿Ahí
venían?
Androide: Si ¡Entra!
Entraron en el vehículo, los 4 pasajeros si lo llegaban a llenar. El androide lo arrancó, y con una maniobra brusca lograron alejarse del lugar, que en poco tiempo terminó hecho ruinas. El androide siguió el protocolo apropiado, avisarle a la autoridad, sin embargo, siguió sin conexión, a lo mejor si era algún tipo de avería.
A lo lejos, y mirando en el retrovisor, cerca del cuerpo de Carlos Villagrán, que era mas grande de lo que aparentaba, vio lo mismo que el viejo antes de desmayarse, una obra de arte, gigante, o algo por el estilo. Eran palillos de paleta, de un tamaño descomunal, conectados móvilmente, haciendo la figura de lo que parecía un hombre encorvado, cuyo rostro, era un plato, y sus completamente reales, eran inyectados de sangre, dilatados, saltones.
Era interesante ver como es que, sus extremidades, aun solo cuando se esperaría que se movieran en una dimensión, se movían en una dirección que no debería ser posible para la manera en la que estaban conectados los palos que parecían de paleta. El movimiento ocurría al respaldo, mediante algún tipo de maquinaria indistinguible, pero incluso en esas, era completamente antinatural.
No avanzaba lo suficientemente rápido como para alcanzar al punto marrón, sin embargo, alcanzo a demostrar su voz con una frase memorable.
Dios-maquina: ¡Soy el Dios-Maquina!
El deforme y el barbado miraron el ser, mientras el androide conducía hacia el horizonte.
Androide: ¿Tu
como llegaste hasta la torre?
Barbado: Llegue caminando.
El androide miró hacia atrás, observo los huecos en la boca del barbado, donde debería haber carne, no fue evidente por la falta de ojos. Siguió conduciendo.
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