La idea de que la derecha y la izquierda no existen, o que son solo catalogaciones sofistas para engañar a la población es una estipulación que no solo no tiene carácter descriptivo sino que responde a las necesidades de movimientos ideológicos posmodernos resultantes de la homogenización cultural de la humanidad. Es una cara de muchas en la moneda de cambio del globalismo, y una idea que no conviene aceptar si existe de por medio algún compromiso con la verdad. Es un hecho rotundo, en posiciones aventajadas o en pantanos morales, a lo largo de la historia siempre han habido ideologos dispuestos a defender a las jerarquías naturales y artífices desleales a los ciclos de retroalimentación estables. Esas son la derecha y la izquierda en sus estados mas puros, sustancias intangibles con el mejor reclamo para obtener el titulo de esencia. El atreverse a negarlas es paradójico, pues hacerlo en si mismo implica un acto izquierdista que evoca a la derecha por diferencia: "lo que era una verdad ya no lo es", y la reacción: "lo que era verdad sigue siendo verdad".
Entender a las abstracciones como otra cosa que un sistema complejo análogo a la célula es sumergirse en la ignorancia. En la célula, la derecha, la jerarquía natural, son los mecanismos mediante los cuales se revisa y corrige el material genético potencialmente corrupto, para que las lineas del código formal, nuestros genes, contengan la información que se pretende transmitir. La izquierda es esa tendencia aleatoria al error, a la disrupción, a la mutación esporádica, propia de los sistemas entropicos, esto es decir, ambas pulsiones son un yin y un yang, la derecha puede transformarse en la muerte de la idea, arcaica, estática, paranoica, y la izquierda igualmente, por otros medios, siendo errática, cancerígena, y esquizofrenica. Es importante entonces aceptarlo: la sana compostura involucra una mezcla de ambas tendencias, como lo evidencian las especies vivas.
Esta idea permite presentir al yin sobrerepresentado en la modernidad, la idea izquierdista, la idea judeocristiana, mutada en un monstruo terrible, a nuestros ojos venido a ser un cúmulo de tumores con una conciencia formal como formal es la genética, a voluntad puede dar origen a bultos en su cuerpo, emulando la acción muscular. Es su accionar la convergencia eventual de la cepa liberal y la cepa socialista, integral en su fisiología. Como vicio marchita la sagrada inocencia. Su ambición es acabar con la humanidad convirtiéndola en una masa eusocial. Se preocupa por la reacción a estos problemas, otros tumores, en su homoestasis malignos, conformados por las mismas células de filo hedonista, pero inclinadas al yang, retoños pulsantes en conflicto interno, hijos de la bestia capaces de hacerla sangrar, genéticamente predispuestos a los mismos males: degeneración y esquizofrenia, por mutantes expuestos a males antiguos, paranoia y rigidez. Se trata de organismos en constante persecución desde todos los ángulos.
Su existencia es una lucha en contra de su propia naturaleza, usualmente retorcida, indulgente y asfixiante. En la peor de sus formas esta nueva derecha es la desesperación e impotencia que desquicia campos de batalla imaginarios, falsos dilemas y concesiones con el opuesto que no alivian al cuerpo cultural poseído por su sombra, sin embargo, es inadmisible su fracaso, porque en la mejor de sus formas, este es el sistema mediante el cual el el bien puede ser restaurado: se habla del sistema de la esencia de la derecha, la glorificación del fuerte por encima del débil, la resiliencia, el estoicismo, la genuina masculinidad, el eterno perfeccionamiento y la apreciación por lo puro y lo sublime, esta idea, inherente al hombre cual sea su genética, por ser un idea sana, legitima y alcanzable es la idea que representa la muerte de la estructura existente en el planeta a día de hoy, y es la única bandera por la que vale la pena luchar.