El mundo siempre ha estado bajo la oscura sombra de la amenaza nuclear. Hace tiempo, en una dimensión temporal distinta, los poderes hegemonicos se amenazaban entre si con armas de destrucción masiva, sin ninguna razón, estas potencias amenazaban la vida de trillones de personas en juegos de ajedrez de valor nulo para la humanidad. Aun tras la victoria del progreso y la derrota de la unión soviética los remanentes de esa personalidad autoritaria continúan en el juego de la naturaleza, la lógica primitiva que ya ha sido superada.
Las fronteras y los países son vestigios de una era oscura en la que las conciencias eran presas de estímulos arbitrarios sin ningún tipo de significado: "Vive" dice la homeostasis, la pregunta: "¿Para que vivir?" La respuesta es que no hay razón, entonces el placer ha de ser intenso y asfixiante, un afrodisíaco en forma de gas que recompense la inacción, el próximo se cree listo al argumentarse una mascara de gas que le proteja de las garras de la post-verdad, tales imposturas no deben existir sin castigo.
Todos los que se rehúsen a aceptar el fin de la historia deberán sufrir la muerte en el combate. Mientras aquellos dispuestos a cooperar con su extinción se quedan en la comodidad de sus jaulas, la animosidad belicista debe ser manipulada hasta su propia autodestrucción. Antes se afirmaba que los débiles deberían temerle a los fuertes, en pos del bienestar de la super-estructura debemos discrepar, es ahora, en presencia de tecnología y eunucos eternos que podemos darnos el lujo de construir una cultura en la que la debilidad sea celebrada y la fuerza sea suprimida.
El nuevo Hitler, Putin, sin saberlo, coopera a beneficio de la sociedad global, filtrando a los fuertes del acerbo, permite que la vitalidad llegué a un final abrupto, dejando su espacio vital al decrepito eslabón castrado que sirve sumisamente a nuestra pax.
Obviamente el proyecto no es suficiente, no es suficiente que un par o un millón de hombres caigan muertos en un mes, mas hombres deben morir, y todas las mujeres que mueran en el intercambio de masculinidades son un precio justo a pagar si al final es posible conseguir un mundo sin penes, un mundo en el que la experiencia humana se vea liberada de la opresión delirantemente empírica y factica de los espíritus trascendentales.
¡Que conviertan a toda la estepa rusa en un infierno nuclear radiactivo! ¡Que conviertan, de hecho, a todas las entrepiernas de los varones en un infierno nuclear radioactivo! De este modo ya no habrán mas violaciones, ya no habrá mas muerte, la humanidad podrá por fin morir, en una orgía de sangre y cenizas, y nuestros padres al fin habrán pagado por cometer el pecado de traernos al mundo.
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