martes, 12 de mayo de 2020

La carne que sucede.

Una bruma de calor inundaba la caja metálica rodada que transportaba a la gente que salía de trabajar anhelando llegar a sus personales cajas de concreto. No cavia ni un alma más, el espacio que las personas no ocupaban lo llenaban las miradas y los rumores de desconfianza; Olía a esfuerzo, también, una fragancia a intestino junto a la creciente temperatura daba rondas por las narices de los ocupantes del bus, compitiendo con saña contra los perfumados miasmas de aquellos con higienes personales que ocultar. En ese torturante escenario, ninguna nariz, por muy perceptiva, podía identificar la fuente de tan vomitiva nube olfativa, ya que, en pequeñas fracciones, cada individuo aportaba su grano de arena a la homogénea mezcla, en solidaridad, todos los comuneros, usuarios del transporte, tenían el gusto de deleitar.

Era natural que, satisfaciendo el espíritu tercermundista, y en tan indeseable ambiente, los insultos de cada quien contra cada cual pasasen la raya, mental y de manera hablada, tensando aún más unos ánimos que de por si se encontraban exacerbados. Es que hasta aquellos afortunados que tenían la gran ventaja de posar sus descansaderas sobre el cómodo plástico de las sillas del bus se encontraban inconformes.

Curioso fue que cuando el cielo se tornó carmesí, la cantidad de ojos que lo notaron lo encontraron con casualidad, no hallaron en ese rojo infernal nada por lo que alarmarse, la ausencia de carretera o puntos de referencia no los obligo a reflexionar en absoluto, aun cuando debería serles inadvertido. Las voces que luego se pudieron escuchar, cacofónicas y distantes les molestaron, como molesta escuchar pitidos en el tráfico, porque quizás así lo experimentaban, o quizás eran incapaces de comprender la situación tan afortunada en la que dieron a parar.

Todo comenzó con el quejido de una vieja asmática o simplemente quejumbrosa, tuvo dificultad para respirar, relacionando ella los malos hábitos de su vida con tecnologías por comprender, con la voz alzada de un sujeto que se encontraba a su diestra solicito apagar el aire acondicionado. El conductor escucho el reclamo, y mientras nadaba con las pupilas en el mar sangriento, fue diligente hasta donde su mediocridad le permitió, uso el switch y el aire acondicionado se prendió, estaba apagado.

Las miradas de muchos se fijaron entonces en la anciana, culpándola a ella, de la presencia cada vez más pulsante de la fetidez que pensaban el aire acondicionado combatía. Desde ese momento, la sustancia en el aire podía ser percibida incluso con la piel, aun ignorando el escenario que les rodeaba, la mano del presagio en forma de la sensación olfativa los rozo, tratando de arrullarlos, porque entre que todos se callaban y los aparatos electromagnéticos dejaban de funcionar, experimentaban el sentimiento que se puede recordar momentos antes de un desastre, la intuición mamífera del peligro, sin ninguna razón, porque lo que se avecinaba era bueno.

Canticos malignos empezaron a sonar, contrarrestados por los ventanales del bus, tras los que los gases rojos comenzaron a pulsar en brillos opacos, delatando la presencia de alguna cosa, una entidad benigna cuya figura no se demuestra por un razonamiento, sino por pensamientos intrusivos, que mostraban en cualquier sentido la imagen de los bordes de la presencia, invadiendo a todos los humanos que se encontraran cerca. El aire premonitorio ahora les golpeaba el rostro, los jalaba y estrujaba, pues se dieron cuenta del intenso carmín que no era su ciudad, las patéticas figuras humanas dilucidaron el hecho de que no eran más que insectos volando hacia la luz.

El irrompible estado de las ventanas fue rápidamente comprobado, y luego en el caos, los huesos se quebraron, y los músculos fueron magullados, el temor irracional de una turba de inocentes era la nueva bruma, ya no fétida o caliente por resultado químico, sino por acción paranormal. Mientras elongaciones imposibles aparecían desde lugares sin sentido, gente perdiendo el equilibrio, presa del pánico llevaban a la muerte a algunos desgraciados que se veían sepultados, la anciana murió de esa forma.

Las elongaciones atravesaron a los seres humanos de más de una forma, en un orden no estricto, algunos tuvieron la suerte de ser simplemente penetrados genitalmente tras ser desprovistos de sus vestiduras, otros fueron eviscerados por succión o por removimiento físico, algunos de los que sufrieron el primer destino se complacieron con el segundo, en instancias más específicas la mera cercanía de las extensiones con algunas personas les derretía la piel en un fluido espeso, burbujeante y de coloración acorde al entorno en el que se  desarrollaba. Hubo una mujer joven que no fue parte de ninguna de las experiencias, al acabar de verlo todo, fue raptada por los dedos abstractos, y no es pertinente que se sepa de ella.

Entonces el bus regreso a nuestro mundo, luego de un giro frenó en uno de los paraderos. Las ventanas coloreadas de grana ocultaban el espectáculo, la fachada se mantuvo así por unas buenas horas, hasta que, sin otro remedio, se presentó al mundo la maravilla más grande jamás en la historia: como Jesucristo convierte el agua en vino, toda la materia, viva o no, fue objeto de una transmutación semejante. Dentro del vehículo, no se encontraron sillas, ni barandas ni mucho menos personas, todo había sido reducido a una espesa espuma cristalina que se alzaba por lo menos un metro sobre el suelo, de textura pulposa, pedazos crocantes, algún brillo aquí y allá, colorado rosado carne, tenía un olor comestible.

Puede ser que exista una voluntad en el mundo que exceda lo natural, que incluso bajo orden de mando sea capaz de sobrepasar las tentaciones de este mundo y las del carmesí, pero ninguno de los oficiales que se encontraba en el contexto poseía atributos sobrehumanos, todos fueron presa del éxtasis que generaba la espuma carnosa en el paladar, cuando terminaron, dejando apenas manchas a sus alrededores mientras que se revolcaban de lujuria en el piso, entendieron que se encontraban frente al único Dios que se mostraría ante los humanos jamás, desde entonces le rindieron reverencia.


 

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It will never stop

In plain day light, they weave the thread, Creating joy where shadows dread, Our anguish feeds their endless plot, And they are glad, it...