jueves, 18 de marzo de 2021

Los perros escucharon la conmoción.

Los perros escucharon la conmoción, apenas salían los rayos del sol, sus atentas orejas animales se percataron del ruido en algún lugar de su entorno cercano. Los hermanos Baco y Luna, un par de canes enrazados, corrieron por encima del roció rural que permeaba los pastizales y se aproximaron hacia la fuente del ruido dentro del hábitat de sus dueños.

Conforme se acercaban a la ostentosa casa rural, sus sentidos olfativos captaron la esencia del terror, sangre, y una pestilencia desagradable que nunca habían conocido en sus vidas. Temieron que quienes les daban la comida pudieran estar mal, y apuraron la marcha.

Se encontraron con que la puerta escalonada que usualmente les negaría la entrada estaba entreabierta, el apestoso hedor se intensificaba hacia esa dirección al tiempo que un sonido carnal, blando, pero intenso, los alertaba de una posible amenaza. Un fluido que no pudieron diferenciar del piso se escurría por la entrada.

Se detuvieron en la entrada de la puerta, dudando si entrar sin el permiso de sus amos, eran perros inteligentes pero su obediencia les ganaba, tampoco les llegaba para advertir que sus amos podrían estar en problemas o haber sufrido alguna herida, y en el momento en el que el macho, Baco, decidió entrar, no lo hizo por que pudiera unir las piezas en su cabeza de perro, sino por impulsivo y curioso. Estaba a punto de cruzar el umbral empujando la puerta cuando una voz femenina, nasal e infantil, les habló desde las hierbas altas.

Sombra entre la hierba: ¡Perritos!

Los perros de inmediato se giraron hacia esa dirección, y vieron a un par de ojos rojos literalmente como platos escondidos detrás de las plantas, Luna le ladró, pero la voz volvió a hacerse presente y la perra callo como si pudiera entender lo que le diría.

Sombra entre la hierba: ¡Perritos! No entren en aquella entrada, un destino terrible les aguarda.

A esa oración le siguió un silencio y luego un ladrido de parte de Luna, los ojos por primera vez pestañearon, y la voz nasal volvió a decirles algo que no tenían la capacidad de entender.

Sombra entre la hierba: ¡Perritos! ¡Perros! ¡No pasen la puerta! Es un consejo, no una orden, pero sepan que sus amos han muerto ¡por qué ya no pertenecen a este mundo! Ji ji ji ji.

Los perros miraron al ente sin entender la severidad de sus palabras, sin dejar de tomar su posición alertada, sabían que se dirigía a ellos, pero no podían entender una sola cosa. Se preguntaron por el que podría significar. Baco demostró desinterés girando su mirada hacia la casa de sus amos, y llego a ver el líquido rojizo que se deslizaba hacia el pasto, pero prestó atención a la cosa que les hablaba, lo volvió hacer.

Sombra entre la hierba: ¡Perritos! ¡Perros! ¡No pasen la puerta! Consejo, no orden, y salten, y bailen y canten ¡La la la la! Ji ji ji, sus amos han muerto ¡Murieron! ¡Son libres! ¡Libres en libertad! Ya no más correas, ya no más utensilios de plástico, su devenir destinado es el de las almas libres. ¡Huyan y corran! Desde hoy vivirán de las ratas, no se desanimen ¡Cualquier cosa en la intemperie es un manjar! ¿No les gusta fornicar? ¡Seguramente les encante! Serán libres de hacer cualquier cosa que deseen, si no entran en esa puerta.

Antes de que lo escondido en la hierba terminara, los perros ya le habían dado la espalda, no pareció notarlo pese a sus enormes ojos, porque recito el discurso en su totalidad inalterado. Volvió a hablar, esperando que esta vez sí le entendieran, pero sus palabras eran solo humanas.

Sombra en la hierba: ¡Perros! ¡Perritos! Atentos al mensaje, sus dueños han muerto, no hay nada que buscar dentro de esa horrible choza, les imploro que no entren, si saben lo que les conviene ¿No querrán terminar como ellos cierto? Sean libres de ejercer su libertad en cualquier otro lugar que no sea ese ¡Sean libres! Je ji ji, o aténganse a atenerse a las consecuencias.

Baco miró hacia atrás, comprobando que la voz todavía les dirigía su atención, comprobando que los ridículos ojos del tamaño de un par de discos seguían clavados en sus espaldas. Si los perros hubieran entendido lo que les decía, hubieran ignorado sus advertencias, pero no lo hacían, y de todos modos las ignoraron. Baco intento a abrir la puerta con su cuerpo, y el trozo metálico no opuso resistencia.

Lo que vieron los perros los hizo ladrar.

La cosa entre el pasto no se dio cuenta sino después de unos segundos de que los perros no habían hecho como dictaba, y ante ningún público, comento su opinión sobre lo que acababa de suceder.

Sombra en la hierba: Perros ineptos, idiotas perros, canes caninos, han desobedecido mis consejos, morirán, llegarán a estar muertos, malditos sean, no sean de este mundo, caerán, morirán, malditos perros, malditos, malditos, malditos, malditos…

La voz duro repitiendo la palabra “malditos” una determinada cantidad de tiempo, llego a acabar, cuando el sonido de chapoteo descarnado que la acompañaba terminó. La fuente había sido descubierta por los perros, tras al cuerpo de su amo que caído de pecho escurría sangre desde un corte vulgar en el cuello empapando todo el pasillo, una pequeña figura humanoide sostenía lo que parecía ser un pavo de navidad en su entrepierna, parado sobre un sofá.

Los perros le ladraron, la figura los miraba con una sonrisa tal que les helo la sangre, Luna le ladró, Baco, al borde de atacar, analizó por un momento la cosa que no se encontraba a más de 10 metros.

Era como uno de sus amos, pero significativamente más pequeño, Baco lo entendería como una “cría de humano” por la ausencia total de pelo, de no ser por los pliegues y arrugas que recorrían su desproporcionada cabeza y cuerpo, de no ser por su cara apenas simétrica que le mandaba una enorme sonrisa, de no ser por su delgada contextura que desentonaba con su exuberante barriga. La nariz del desgraciado también era importante, casi tan larga como sus orejas, y el color de su piel definitivamente era anormal, lo viera un humano sería verde, y para el perro era inquietantemente pálido.

No era ninguna cosa de bien, Baco concluyo, y Luna llego al mismo entendimiento, pero sin la necesidad de examinar anatomías, porque el olor de la sangre de su amo se podía diferenciar en los huesudos dedos del intruso, filosos como garras, que habían muy probablemente cercenado la garganta del hombre que los alimentaba.

La voz inalterada de la cosa vacilo incoherencias en variedad de tonos distintos, y luego eligió uno preferencial, en el que no dijo nada mejor.

Duende: ¡Los perros no muerden!

Luna aun le ladraba con ánimos violentos, Baco le gruñía, al ser no le importaba.

Duende: ¡Los perros se van y dejan a Capricornio gozar con la comida!

El dato que compartió, el de su nombre, no iba a cambiar su destino, incluso si los perros supieran su lengua, porque para ese punto ya tenía a Baco en su yugular, o bueno, faltaban segundos. Alcanzó a decir una cosa más, en vano.

Capricornio: ¡Capricornio los cambia para que sean obedientes sirv-OUAGH!

Causa y efecto, Baco, en un movimiento fluido tumbó al bicho tomándolo por el cuello, este dejo caer el pedazo de carne que sostenía y libero su sexo a la vista del mundo. El can lo dejo ir por un momento solo para propinarle una mordida en su piernecilla. El duende gritó desgarradamente y aterrado pidió ayuda.

Capricornio: ¡Auxilio! ¡Un perro! ¡Un perro me muerde! ¡Ayuda!

Comparada con su voz anterior, la presente dejaba salir las muestras de pánico y dolor que se esperaría de alguien en esa condición.

Habiendo llamado a quien sea sin recibir respuesta, y viendo que se las tendría que arreglar por su cuenta, en un ataque de ira el hombrecillo tomo su taparrabos y lo uso para agobiar a Baco en una moción estranguladora. El intento fue patético e inútil, porque si bien poseía aun la fuerza suficiente para lograrlo, la posición en la que acercó la ropa que haría de cuerda de ahorcamiento le impedía concluir un nudo mediante el que pudiera hacerle daño, tan solo logrando empujar levemente la cabeza del cuadrúpedo hacia el suelo, este no cesó su empeño.

El desvarió y las vocecitas retornaron su presencia en el carácter de Capricornio, continuaba tratando de asfixiar sin ningún éxito a Baco, desesperado. Luna lo sorprendió con una mordida en el antebrazo, y un jalón que le dio la señal a su hermano para efectuar un movimiento que quizás ya habían practicado con anterioridad, comenzaron a jalar en direcciones opuestas.

Capricornio: ¡No! ¡Auxilio! ¡Alguien ayúdeme! ¡Perros malvados! ¡Ayuda!

Los perros continuaron intentando romperlo en dos partes, su esfuerzo consumaba fruto, las frágiles pieles del hombrecillo comenzaron a ceder, el rojo liquido de sus entrañas curtió todas las direcciones sumándose con el prexistente del dueño del hogar en el momento en que las mascotas quedaron con sus extremidades en la boca. Le supo muy mal su carne, la escupieron. Miraron con hostilidad como Capricornio convulsionaba, y decía sus últimas palabras.

Capricornio: ¡mamá! ¡mamá! ¡mamá!

Los perros descansaron viendo al duende muerto, pero en un par de segundos notaron que el olor desagradable no venía de ese bicho, aunque la similitud era alarmante, pensaron que podría ser de otro muy parecido, y como emanaba desde las escaleras hacia las habitaciones, las subieron, también preocupados por los hijos y la esposa del muerto que una vez los alimentó.

Apenas encontrarse con el pasillo dieron con otro espectáculo similar, su protagonista era uno como Capricornio, puede ser que tuviera una menor estatura, una cabeza de disminuida proporción, orejas más filosas y un verdor más oscuro. Se encontraba ensimismado con la voluptuosa desnudes de la esposa del hombre del hogar, no supo percatarse de los furiosos animales sino hasta que se le lanzaron encima. Baco puso entre sus mandíbulas la cabeza del incauto, Luna le proporciono un par de hendiduras en su pierna, hasta que se decidió a agarrarla por completo, pasando sobre la mujer más como un obstáculo que como la persona que en otras ocasiones solía pedirle la pata.

La criatura soltó chillidos cual rata, golpeteo el piso y lloró sabiendo que obtendría su muerte a manos del par de hermanos. Comenzaron con la misma estrategia, pero fueron interrumpidos por el singular sonido de una voz rasposa y lerda, provenía de un tercer sujeto verde, empapado de sangre desde su boca, era más robusto que los demás, también más breve en las palabras.

Duende gordo: ¡Déjenlo en paz malnacidos hijos de puta!

Se apresuró a darle un golpe en el hocico a Baco, logrando que soltara la cabeza del duende enano, hizo lo mismo con Luna, pero ella resistió dos puños más hasta soltarle la pierna el duendecillo no sin desgarrarle algo de piel.

Los duendes retrocedieron, los perros hicieron lo mismo, Luna les ladraba salvajemente. El gordo se preocupó por el estado del enano.

Duende gordo: ¿Estas bien Maltaríano?

Maltariano no respondió en palabras, hizo un ruido que el gordo asumió por afirmativo. El par se coordinó para contratacar a las rabiosas bestias que los encaraban, por su parte, Maltariano tomo de las piernas delanteras a Baco con la intención de tirarlo por las escaleras. El panzón se propuso someter a puños a Luna. La perra respondía tratando de morderle el brazo, pero fallaba, el hombrecillo robusto siempre era capaz de propinarle golpes suficientemente rápido como para escapar de sus colmillos.

El oponente de Baco usó el propio peso del animal en su contra y logró ganarle en un concurso de fuerza, el pequeño era capaz de lanzar al perro por las escaleras, pero Baco fue más astuto e inadvertidamente le quito la nariz de un solo mordisco, los chillidos de dolor no se hicieron esperar. Maltariano comprobó la ausencia de su alargada protuberancia nasal al tocar las gotitas de sangre que le cayeron en los dedos. Baco se aseguró de que no volviera a respirar inutilizándole el cuello con un brutal mordisco que acabó en un salto. El obeso se dio cuenta y se distrajo por un momento, en el cual Luna pudo introducir sus colmillos en su pierna.

El duende grande pudo liberarse maltratando el hocico de la perra, y se puso en guardia ahora que se encontraba contra los dos completamente solo. Sin meditarlo entrecruzo sus puños para azotarlos contra la cabeza de Baco, mandándolo hacia la pared. En el tiempo de gracia en el que Luna movía su cuerpo hacia él, aprovechó para darle un gancho en la mandíbula y volcarla en unos 35 grados, desorientándola por unos segundos, él se le acerco cojeando para comenzar a patearla.

Después de la segunda patada Luna pudo recuperar su altura, y de una embestida rápida logro tumbar al elfo, dejándolo sentado en el suelo, y a disposición de los ataques de Baco, que le jaloneaba el brazo con la esperanza de desgarrar la piel a la que sus dientes firmemente se aferraban. En un movimiento desesperado, el viejo verde movió el brazo que le mordían para ponerse de nuevo de pie, pero no tuvo la suficiente fuerza.

Luna se le acerco con furiosa intención, comenzó a escarbar el estómago del desagradable como si se tratase de un tesoro oculto en la arena, el sufrimiento del obeso se expresó en gritos. Eventualmente reventó, el gordo no tuvo la fuerza de voluntad como para continuar con el conflicto, tripas indistinguibles unas de otras salieron, con un olor muy fétido que el sentido rastreador de los hijos de la misma perra pudo distinguir similar al que los perseguía desde afuera, pero no era tan cercano.

En realidad, el olor que los había traído hasta ahí no venía de ningún otra parte sino del último cuarto del segundo piso, que pertenecía a la hija de su amo. Lo conocían de memoria. Sin chistar, movieron sus ahora adoloridos cuerpos hasta la puerta de madera, esperando encontrar más criaturas verdes detrás. Lo que vieron estuvo de acuerdo a sus expectativas.

Dos de ellos se encontraban manoseando a la pequeña hija del amo sobre su propia cama mediante rotos en su vestimenta, tenía un trozo de tela que le impedía el habla. Sus ojos llorosos miraron hacia atrás, sorprendidos al ver a sus mascotas, hicieron igual los ojos de los dos duendes cuando notaron la presencia de los canes.

Las espantosas formas eran excepcionales incluso comparándolos con el resto de su progenie, la una era básicamente un cono, con unas piernas imposiblemente angostas y cortas, y una cabeza pequeñísima en la que apenas se podían distinguir rasgos faciales. Su rasgo más desagradable eran sus brazos, uno corto e inmóvil, grosor de lápiz, y el otro, como un joven árbol, que en ese momento se oprimía sobre la espalda de la indefensa niña, impidiéndole el escape.

El otro deforme era como Capricornio sino más alto y con nariz y orejas más habituales. La peculiaridad de su cuerpo recaía en la protuberancia en su espalda, que a apariencias primarias pasaría como joroba, sin embargo, siendo meticulosos, era posible inferir que se trataba de una especie grano, pulsante y escurrido, que en cualquier momento podría llegar a expulsar sus interiores. Los perros casi vomitan al concluir que de ahí venia el olor que se extendía por toda la zona. Les parecía un sacrilegio que el poseedor de esa masa posara sus inmundas manos en el cuerpo de su humana. Los atacarían en venganza.

El par de seres no entendió esto a primera vista, pretendieron mediar con el par de hermanos, pero ellos no estaban interesados.

Duende cono: ¿Qué pasa canchosos?

Duende grano: ¿Quieren unirse?

No querían unirse, se mandaron en contra de las dos cosas, Baco fue por el que recordaba un cono, intento morderlo, pero, aunque alcanzo a clavar, no encontró un buen agarre. Luna se acercó al del grano, el olor le quito las ganas, se limitó a gruñirle y ladrarle, disgustada.

Duende cono: ¡Me mordió!

Su voz sonaba como un globo desinflándose lleno de porquería.

Duende grano: ¡Nos están atacando!

Oír está voz haría que cualquiera llegara a comprender sensiblemente la metafórica idea del sonido que generaría un material de textura como el poliestireno expandido lo suficientemente duro rayando una placa de metal oxidado.

El cono le envió una manotada a Baco, él la esquivo en un salto, solo faltaron centímetros para que le alcanzara. Un “thump” se pudo escuchar fuerte en toda la casa en el momento que la extremidad llegó al suelo. Luna se animó a morder el del grano justo en la rodilla, este no llego a oponer resistencia, sin embargo, al tener en su boca la carne de esa cosa su reflejo del vomito la obligó a soltarlo.

Duende grano: ¡Ayyyyy! ¡Animal!

El duende alzo su pierna del dolor, y dio un movimiento en falso que lo precipito de la cama en donde se hallaba hacia el suelo, lugar en el que todos los contenidos de su espalda finalmente supuraron. Era un líquido blancuzco con pequeños trozos de bichos que se movían como paracitos, pero eran demasiado deformes como para ser gusanos. Luna vomitó, Baco retrocedió en disgusto.

Viendo como su amigo quedaba inmóvil en el suelo, el espíritu vengativo del duende cono salió a flote, y con un gruñido se aventó hacia los perros hermanos apalancándose con el uso de su brazo. La palanca no consiguió dar con una superficie seca, los grumos y el líquido del ahora muerto duende-grano lo hicieron resbalar y caer sobre la pata de un Baco que intento esquivar sin éxito.

Hubiera podido pararse sin problema si no hubiera sido por Luna, que, con la esperanza de permitirle el movimiento a su hermano, mordió el pequeño brazo del humanoide cónico con la voluntad de jalarlo, proporcionándole un increíble dolor.

Duende cono: ¡Argh! ¡Puto perro infeliz!

El elfo deforme abandono su idea de levantarse para mover su contundente izquierdo hacia la dirección general de Luna, y acabar con el dolor que le generaba. Demostró no tener ni una pizca de inteligencia espacial al aplastar su escuálido bracito en el proceso, el pasillo hizo eco de la grotesca onomatopeya. Su enorme palma dio con el piso, Luna la avisto y la evitó. La pata de Baco quedo libre, y el par de perros pudo presenciar los movimientos anormales dentro del torso cónico, que terminaron con la salida de un pedazo de metal de su centro. El duende cónico fue el último en morir, y cuando se giró por su propio peso, dejo ver el lugar en donde se encontraba su pequeño brazo, de una forma u otra se había internado dentro de sus órganos y todo lo que quedaba de él era una tosca hendidura por la que apenas salía sangre.

El par de hermanos fueron conscientes de la violencia que habían provocado después del momentum que los empujo hacia esos actos se hubiera disipado en el ambiente, cuando vieron que su ama escapaba y caminaba hasta ellos, la esperaron, para seguirla a donde quiera fuera.

Pararon unos segundos tras de ella, para esperar que desocupara su estómago, luego continuaron la marcha. Baco, cojeando, Luna, con porciones de la piel de su hocico faltantes, y la pequeña, cambiada para siempre. Salieron de aquel lugar, y caminaron hacia la casa más cercana buscando ayuda. La encontraron.

It will never stop

In plain day light, they weave the thread, Creating joy where shadows dread, Our anguish feeds their endless plot, And they are glad, it...